El contexto
Es siempre lo mismo. No entienden que no es lo que quiero. Mis papás compran todo: el cariño, el prestigio, el poder... prefiero no seguir en esa universidad de gente banal, por eso hice lo que hice. No entienden.
Primero me fui por el lado simple, dejé de asistir a clase y si iba, me dedicaba a hacer de esta una burla. Perdía todo, mi objetivo era ese. Cuando finalizó el semestre y ya estaba segura mi expulsión, escuché a mi papá en su despacho hablando con su amigo, el decano de la universidad, más tarde vino a mi cuarto, me miró de la manera en que siempre me mira, con pena y desprecio. Supe que no había funcionado.
Después vino lo del parcial de cálculo. "La moral de la gente siempre tiene un valor", ese es el lema de mi papá. El precio del profesor no era muy alto, pero sí su miedo, mientras yo procuraba que mi nombre se reconociera por la hazaña que salvó la nota de todos, él buscaba que nadie se enterara de su relación conmigo, pues estaba claro que las cosas yo me las conseguía con plata, sin ningún esfuerzo. Cuando dije que era mi responsabilidad y que lo había robado, me di cuenta de inmediato que era un mal plan, el resultado fue un nuevo maestro y un leve sermón por parte del amigo de mi padre.
Exhausto ya de seguir en esta vida facilista y de ver a la misma gente de siempre, tomé la única medida que me quedaba: ayudar a las personas con sus problemas de la misma forma en que yo lidio con ellos, las drogas. Empezó por un grupo pequeño, mis amigos más cercanos. En verdad no quise construir una red, solo me proponía formar un poco de algarabía que colmara la paciencia del decano y que hiciera quedar a mi papá, el aspirante al concejo, como lo que era: un inepto de palabras lindas, de pocas acciones y de mucho miedo. Pero la cosa se me salió de las manos.
Comencé regalando un poco de Tusi, marihuana, éxtasis mezclado en el Gatorade del equipo de fútbol, LSD, los antidepresivos de mi mamá, hasta Whisky. Era divertido, por ese tiempo disfruté la U. Los pasillos que siempre estaban iluminados con ese blanco artificial parecieron ser un poco más cálidos, las canchas más amplias, los salones más cómodos, las personas más amables. Dejé de ser el hijo de alguien importante, para que se me reconocía por mi nombre y claro, por lo que distribuía.
El problema empezó cuando a la salida encontré las llantas de mi carro en el suelo, todas chuzadas, y un mensaje muy claro “no busque lo que no se le ha perdido”, Marcos me dijo que seguramente era un susto que me quería meter mi papá que siempre se enteraba de todo y que ya no sabía cómo hablarme. Pero yo sabía que ese no era su modus operandi, ni por más desesperado que estuviera. Y tenía razón.
Como yo no me relacionaba con nadie más que con los amigos que tuve desde siempre, no tuve la oportunidad de enterarme de que en mercadeo había un grupo de cinco tipos que ya vendían todo lo que yo regalaba, e incluso más.
Yo nunca he sido de buscar pelea, de verdad que no, de complicarme con esas cosas, si destruyo algo es mi vida y ya, pero algo me llamaba. Esa sensación de vértigo que le da a uno cuando está en un noveno piso y se asoma por el balcón, o cuando das un paso más allá de la línea amarilla en un metro. Quería lanzarme, sentía que tenía que hacerlo, así que seguí.
La segunda advertencia fue directa. Le conocí la cara al jefe de todos, un man alto pero flaco, con un polo amarillo y unos dientes diseñados, más blancos que mi cara en ese momento. Tenía miedo, pero como Edward Norton en El club de la pelea, se sentía en la tensión una liberación emocional tan fuerte y tan placentera que lo que atiné a decirle fue “papi, máteme si quiere, no voy a dejar de regalar mis cosas”. Se escuchó un “uff” por parte de la gente que nos veía y que estaba a la expectativa de ver sangre, casi tanto como yo. Pero el tipo ese no hizo nada, solo asintió con la cabeza y se fue.
A pesar de no haber sido golpeado, ese momento de valentía se sintió como cuando meto Tusi, elevado a la ene potencia. Quería más.
Olivia empezaba a preocuparse, pero ella se preocupa por todo. No me importó. Pasó por lo menos un mes hasta que tuve que arrepentirme, mi hermanita no aparecía, el guardaespaldas no daba razón, él la subió al carro después de la escuela, fue por un dulce para ella como era la costumbre y cuando regresó, no estaba. Mi papá que ya sabía toda la situación pero que se mantenía alejado me culpó, me culpó mil veces.
Solo pude ir a mi cuarto a llorar, a gritar, a patear, no sabía qué hacer. Marcos me llamó, me dijo que el flaco ese que me había encarado estaba en Ventolini con una niña tan parecida a mi hermana que daba miedo. Salí corriendo, llegué en diez minutos, cuando el restaurante está a 40 de mi casa. Mi hermana sonreía mientras pedía más helado de chicle y yo, con lágrimas todavía en los ojos se la arrebaté, a lo que respondió:
-Hey brother, calma, Susanita y yo solo pasábamos el rato.
- Malpa…-No pude terminar, Susana me miraba con ojos de susto, mientras acariciaba el bracito del que la había halado- no te metas con mi hermana.
- Yo no me meto con nadie, el trabajo sucio lo hace mi gente. Susana es muy linda, no la perdás.
Y todo volvió a ser como antes.
Pero sigo agotado, no me aguanto más el ambiente de mi casa. La soledad se palpa, el silencio se volvió la forma de comunicar que nadie me quiere ahí, hace siempre frío, del que llega a los huesos.
Susana va en segundo grado, es la niña más sonriente y tierna, a veces me mira con tanta admiración que me incomoda, yo sé que no puedo ser eso que ella piensa que soy, quisiera, pero no puedo. Aun así, la amo.
Mi mamá sigue creyendo que nadie sabe lo de sus pastillas y del mismo modo actúa. Se pone la máscara de la mujer ideal, casi siempre viste de blanco, muy pulcra, con una sonrisa de oreja a oreja. Nunca se enoja, nunca se molesta, nunca llora, nunca dice nada sobre las amantes de mi papá, incluso cuando las lleva a la casa disfrazadas de su secretaria personal y se encierra con ellas en el despacho. Ella siempre tímida, educada, correcta.
Mi papá, bueno, está claro cómo funciona nuestra relación. No entiendo cómo puedo quererlo, cuando tenía 13 lo intentaba, ahora solo quiero ser todo lo contrario a él. Me quiero ir. Me quiero morir.