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Olivia

Yo tenía doce cuando conocí a Olivia, ella venía de Bogotá, era la nueva del colegio. Aunque ya la había visto antes, en el club campestre, al que iba a natación, en esas únicas vacaciones en las que no viajé por el trabajo de mi papá y la obsesión de mi mamá por acompañarlo – o por controlarlo, quien sabe-. En ese entones todo fue como producto del destino, así me pareció. Era muy linda, muy correcta, siempre con la mejor postura, con su pelo castaño intacto incluso después del tenis, con su tez tan blanca y pura, sus ojos miel y esa boca que me provocaba besar.

Es curioso porque escribo esto y pareciera que me he enamorado otra vez, pero las cosas cambian. Esa boca, después de tantos besos, ya no se me antoja, su postura me incomoda, su actitud tan correcta me fastidia, su tez tan blanca me molesta y sus ojos, ya me parecen lo más corriente. Pero para mis papás es la mejor, quizá la única, buena decisión que he tomado. Y de pronto sí, quien sabe, todavía la quiero.

Yo logré, cuando estábamos chiquitos, que nuestras miradas de pequeños se encontraran más de una vez en el club, lo recuerdo porque fue la emoción más grande que sentí, pero eso también cambió, esa fue la primera y última vez que me emocioné tanto por una mirada. De pronto el vestigio de esa sensación es también lo que me tiene aquí, atrapado con ella.

En todo caso, yo sé que es buena, Olivia es buena. Siempre ha sido ese lado muy femenino, muy decidido, muy maternal de la relación. Ya sé que ella está cansada también, nunca me lo ha dicho, así de buena es, pero sus expresiones sí.

Sé que para ella es muy importante lo que otros digan de su imagen, sé que sus papás le han enseñado a guardar las apariencias, sé que por eso sigue conmigo, lo supe desde el momento en el que le dejó de importar si me drogaba o no, desde que dejó de textearme en la tarde cuando siempre me perdía con Abigail para calmar las ganas de sexo, desde que aun y cuando la ignoraba ella me llevaba bien agarrado de la mano en el colegio, ahora en la universidad, desde que desistió de la idea de salir conmigo como la pareja que éramos y solo me pedía con mucho esfuerzo que por favor llegara a la cena familiar de la que me podía ir una vez tomadas las fotos y desde que abandonó el interés por contarme de su vida y por saber de la mía.

Yo creo que los dos lo supimos, sellamos todo con un acuerdo tácito, era un secreto a voces. En lugar de que eso me generara tristeza, como tenía que ser, me dio ilusión, un respiro. Seguramente a ella también.

A los doce me enamoré de ella, pero no me correspondió. Cuando entró al colegio, a nuestro grado, todos vieron lo que yo veía, ya no era mi tesoro. Ella muy decidida caminó hacia mí, pero para hablarle a Marcos que estaba a mi lado. Desde el primer día se fijó en él y le insistió como por tres meses, y yo con mucha rabia no podía decir nada, nadie sabía de mi fijación por su belleza. Hasta que un día paró, nunca supe la razón ni por la boca de Olivia, ni por la de Marcos, desde eso se odian.

Ese año, en diciembre, mi familia y yo viajamos a Cartagena, a un evento de beneficencia que estaba organizado por la empresa de un amigo de mi papá, era importante que su imagen apareciera en un acto de bondad. Allá estaban Olivia y su familia, de hecho, su padre era el amigo de mi papá, ese era su evento.

Nos quedamos en uno de los apartamentos de quien ahora es mi suegro. Olivia estaba en el apartamento de arriba. Esas vacaciones nos la pasamos juntos en la playa, fue lindo, para unos niños eso fue lindo. A la semana, sentados todos en la mesa para cenar, nos emparejaron. Nuestros padres entre risas y vinos hablaron de lo bueno que resultaba unir fuerzas por medio de un lazo así. Olivia sonreía y yo también, en ese momento creí que ella quería eso tanto como yo, pero ahora pienso que era la afinidad con mi familia lo que la emocionaba más. Es increíble como hay personas que tiene todo tan claro desde chiquitos. Ella sabía cuál era su lugar en el mundo y pensaba defenderlo siempre.

A pesar de la conveniencia, ella me quiere, yo sé que sí. La conozco y aunque le preocupa su posición en la sociedad y ser la número uno en todo, no puede fingir el cariño, ni el odio. Se preocupa mucho por ser buena persona.

A los quince ya llevábamos tres años de relación, durante ese tiempo todo resultó bien porque no había mucho que pedir, nos veíamos en el colegio, ocasionalmente en situaciones públicas en las que nuestras familias participaban y de vez en cuando interactuábamos por Facebook, eso era todo.

Pero ya entraba la curiosidad de la época del sexo y yo me estaba volviendo popular por ser “lindo”, por la plata de mi papá y por lo misterioso que me veía fumando cigarrillo. Olivia se empezó a preocupar, nunca peleaba, pero estaba muy pendiente y me pedía que dejara todo eso atrás. Yo siempre le respondía que sí, aunque no pensara hacerlo. Hasta que una vez, ambos nos colmamos la paciencia y lo último que se escuchó de la discusión fueron mis palabras: Si por lo menos te diera la gana de estar conmigo en la cama…pero sos la nena de papi y mami, la que todo tiene que hacerlo bien. Ella empezó a llorar, yo no supe cómo calmarla y por miedo me fui. Al otro día, cuando llegué al colegio, la vi, tenía los ojos hinchados, por primera vez me pareció cualquier cosa, ese pensamiento me molestó, podía ser muy malo a veces. Ella por su parte era todo lo contrario, tan buena, se acercó a mí, me dio un beso y me saludó como de costumbre: “hola lindo”.

A la siguiente semana estábamos acostándonos. Lo planeó todo muy bien, organizó un paseo familiar al que fui invitado, compartimos el cuarto en una cabaña grande y lujosa en el desierto de la Tatacoa y bajo ese cielo lleno de estrellas, pasó. Sin embargo, nadie puede planear la afinidad, ni en la cotidianidad, ni en la cama.

Ahí empezó a morir todo. Yo busqué por otros lados, ella se resignó, pero eso sí:

Siempre con una sonrisa en su bello rostro.

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